Embarazada, divorciada y 10 millones de dólares: El secreto que sacudió a un CEO

“¡Todo es tan grande aquí, mami!” exclamó, su voz rebosante de emoción.

El corazón de Alana se ablandó ante su alegría. Su tierra natal, con todos sus recuerdos dolorosos, aún guardaba una belleza que no podía negar. Los olores familiares, el murmullo de voces diferentes y el resplandor dorado del sol vespertino filtrándose a través de los muros de cristal despertaba un sentimiento agridulce en su pecho.

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Justo al salir del hall de llegadas, dos hombres de trajes oscuros se acercaron a ella. Sus sonrisas corteses no llegaban a sus ojos mientras inclinaban la cabeza.

“Señorita Tavares, fuimos enviados por la Anciana Señora Presgrave. Ella ha organizado un transporte para usted”, dijo uno de ellos con cortesía ensayada.

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Alana se detuvo, apretando las manos en el mango del carrito. Sabía que las intenciones de los Presgrave eran amables, pero no podía aceptar su generosidad.

“Gracias, pero no será necesario”, respondió firmemente pero con cortesía. “Por favor, dile a la Anciana Señora Presgrave que las acciones de mi madre no necesitan ser retribuidas. Hizo lo que era correcto, y eso es suficiente para mí.”

Los hombres intercambiaron miradas incómodas pero no presionaron más. Mientras caminaba hacia la parada de taxis, uno de ellos sacó discretamente un teléfono.

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En el asiento trasero de un elegante BMW negro estacionado cerca de la entrada, la mirada penetrante de Enzo Presgrave estaba fija en las puertas corredizas de cristal del aeropuerto. La llamada llegó, y él respondió sin apartar la vista.

“Joven Lord Enzo, la señorita Tavares ha rechazado nuestra oferta”, le informaron desde el otro lado.

Enzo apartó su teléfono justo a tiempo para ver a una mujer entrar en su campo de visión. Su blusa blanca y sus sencillos vaqueros no ocultaban su elegancia. Su cabello recogido revelaba rasgos suaves que parecían brillar bajo el sol poniente. No podía apartar la mirada.

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Pero no era solo ella lo que llamaba su atención. Un niño pequeño saltó del carrito y se colocó a su lado, su figura diminuta erguida y segura. El niño tenía el cabello espeso y alborotado, y rasgos sorprendentemente refinados para alguien tan joven. Mientras Alana se agachaba para ajustar su suéter, la ternura en sus ojos era inequívoca.

El pecho de Enzo se apretó. ¿Quién es el niño? se preguntó. ¿Está casada? Tal vez no tendría que cumplir los deseos de su abuela si lo estuviera. Observó cómo subían a un taxi, el niño charlando animadamente, y luego su flota de autos se alejaba de la acera.

En la residencia Presgrave, la Anciana Señora Presgrave estaba sentada en su gran y acogedora sala de estar, tomando té mientras sus subordinados le contaban sus últimos hallazgos. Sus afilados ojos se abrieron ligeramente ante la noticia.

“¿Alana tiene un hijo? ¿Está casada?” preguntó, su voz mostrando sorpresa y intriga.

“No, señora”, respondió uno de los hombres. “El padre del niño nunca ha sido identificado. Parece que ella lo está criando sola.”

Los labios de Rita Presgrave se apretaron formando una fina línea, con un destello de culpa en sus ojos. “Una madre soltera tan joven”, murmuró. Los recuerdos de la valiente oficial de policía que había dado su vida por Enzo resurgieron. “Le debemos todo.”

En ese momento, Enzo entró en la habitación. Su alta figura irradiaba autoridad, pero su expresión se suavizó al saludar a su abuela.

“Abuela, Alana sigue rechazando nuestra ayuda. Quizás sea mejor—”

“No”, interrumpió Rita, con un tono firme. “Debes cuidar de ella, Enzo. Protegerla a ella y a su hijo. Esa es tu responsabilidad.”

La frente de Enzo se frunció. “El matrimonio no es la única opción. Podemos encontrar otro—”

“Cuidar de ella de por vida es lo menos que podemos hacer”, lo interrumpió Rita, con la voz cargada de tristeza. “Amelia Camacho lo dio todo para salvarte. Honrarás su sacrificio.”

Enzo exhaló lentamente, el peso de las palabras de su abuela cayendo pesadamente sobre él. “Está bien”, dijo al fin. “Me casaré con ella.”

Pero mientras lo aceptaba, sus pensamientos vagaban hacia otra—a una mujer a la que aún no podía olvidar. Una mujer a la que había lastimado y con la que necesitaba enmendar sus errores, aunque eso significara mantener secretos de su abuela decidida.

Mientras tanto, Alana arropaba a su hijo en la cama en un modesto apartamento decorado con calidez. Su rostro tranquilo brillaba suavemente en la tenue luz, y su corazón se henchía de amor y determinación. Miró su teléfono, el número de su padre aún en la pantalla. A menudo había pensado en llamarlo, pero el miedo siempre la detenía.

“Han pasado cinco años”, susurró para sí misma. “¿Está todavía enojado?”

Con un suspiro profundo, apartó el teléfono. Algunas heridas, pensó, era mejor dejarlas sin tocar.

Last updated on January 30th, 2025 at 07:31 pm